Enrique Ballester.- Cuando termino una crónica, mi cerebro se relaja. Por un momento siento algo similar a la satisfacción, pero no. Enseguida asumo que todavía me queda un buen rato de trabajo por delante. La siguiente pieza que afronto no me ha gustado jamás. Me toca juzgar cada actuación individual de los jugadores. Debo escribir un pequeño comentario sobre el partido de cada futbolista, pero eso no es lo peor. Lo peor es que hay que ponerles nota.
En mi antiguo periódico la nota iba del 0 al 3. En el actual, del 0 al 10. Ahora manejo algo más de margen, pero qué más da. El problema con esta pieza tóxica es múltiple. Primero, porque se come la crónica, donde ya has filtrado lo que de veras considerabas importante. La experiencia me dice que el llamado 'uno a uno' suele ser lo único que leen los futbolistas, los jefes y los representantes. También los lectores en los bares. Puntuar con un 6 o un 7 a un futbolista, algo que decides lanzando una imaginaria moneda al aire, puede ser la diferencia entre tener una mañana tranquila o inquieta al día siguiente. Y lo más gracioso es que me da exactamente igual poner un 6 o un 7, y lo peor es que nunca dejo de sentir que yo no soy quién para calificar con esa arrogante precisión la actuación de nadie. Ese es el segundo y principal problema. Qué derecho tengo para suspender a nadie. Quién soy yo para decidir que se pongan tristes sus padres.
La experiencia me dice que el llamado 'uno a uno' suele ser lo único que leen los futbolistas, los jefes y los representantes. También los lectores en los bares.
Llevo casi 20 años escribiendo crónicas y puntuando las actuaciones de futbolistas muy diferentes. He tocado todas las partes del abanico que empieza en Tercera División y alcanza la Champions League cuando se abre. También he leído puntuaciones de firma ajena. Como lector, por lo general, solo han servido para enfadarme. Solo sacan lo peor de ti, un veneno latente, al estilo de las cuentas malignas de las redes sociales.
'SUBCAMPEÓN'» Entrevista a los autores en Líbero. Foto. Nicolás Grasso
En fin, llevo unas semanas pensando en especial en esto de las puntuaciones. En realidad llevo unas semanas pensando en mucho de lo que se cuenta en ‘Subcampeón' (Libros del KO), el libro sobre Zuhaitz Gurrutxaga que ha escrito Ander Izagirre con la maestría de siempre. Para saber si un libro te ha dejado huella, es necesario dejar que pase un tiempo, que la lectura se airee. Ahora me ocurre que estoy en la ducha, en el ascensor o en el parque, y de repente me asalta el recuerdo de algunos pasajes. También me ocurre que estoy en la ducha, en el ascensor o en el parque, y de repente me asaltan recuerdos que creía aparcados en mi mente. Recuerdos con equivocaciones: aquel niño que dejé injustamente sin jugar en un partido de cadetes –y aquella mirada final- o aquel otro que descartamos en infantiles y acabó en un centro de menores. Lo de siempre: qué derecho tenía, quién era yo para juzgar y decidir que se pusieran tristes sus padres.
En mi caso, ya ha pasado lo suficiente para saber que 'Subcampeón' lo tendré presente siempre.
'Subcampeón' (libro del año, por favor; clásico instantáneo de la literatura deportiva, de verdad) toca muchos temas, incluido el de las puntuaciones. Mientras lo leía iba empatizando de manera constante. Como exfutbolista amateur frustrado, como niño futbolero que sueña a lo grande, como compañero de vestuario, como periodista deportivo, como entrenador modesto de la base, como joven, no tan joven y casi adolescente, como hijo y como padre. Como espectador cercano de lo que puede ser el deporte de élite: una trituradora de mentes.
Como exfutbolista amateur frustrado, como niño futbolero que sueña a lo grande, como compañero de vestuario, como periodista deportivo, como entrenador modesto de la base, como joven, no tan joven y casi adolescente, como hijo y como padre.
Inmerso en el drama, me reí muchísimo. Ahí radica la grandeza de Gurru y la finura de Ander, que maneja con inteligencia el contraste. Intuyo que el futbolista, que se desploma desde la Primera División, empieza a remontar cuando deja de tomarse su oficio tan en serio. ¡Pero si decide hacerse zurdo! Es una genialidad. Luego también se convierte en malote. Cuando se ríe de sí mismo el libro se ilumina con la verdad. Es la única manera de salvarse.
No lo sé. Igual es pasarse. Yo solo quería recomendar 'Subcampeón', pero se me da tan mal como lo de decidir puntuaciones. •