'Ya éramos felices', por Nacho Carretero

Eso es la felicidad en el fútbol. O al menos en A Coruña, orgullosa de pertenecer a ese grupo de lugares donde ganar es importante, pero no tanto. Lo importante es ser feliz. Y el deportivismo lo es.

Nacho Carretero.- Por primera vez en muchos, muchísimos años, el Depor mantuvo al entrenador, se confió en su labor y se dejó trabajar. Por primera vez en muchos, muchísimos años, el Depor apostó verdaderamente por la cantera. Atrás queda la falsa dicotomía que aplastaba al Depor: o cantera o subir. Por primera vez en muchos, muchísimos años se ignoró la histeria exterior, se transmitió mentalidad ganadora y se decidió una filosofía y un modelo que mira más allá del griterío.

Resultado: campeones.  

Han sido cuatro temporadas asfixiantes. Cuatro temporadas de retransmisiones lamentables de partidos, niveles arbitrales cómicos y rivales que en el minuto veinte de la primera parte estaban en el suelo acalambrados. Lo curioso es que nada de eso importa: hemos sido muy felices.

Cuatro temporadas de retransmisiones lamentables de partidos, niveles arbitrales cómicos y rivales que en el minuto veinte de la primera parte estaban en el suelo acalambrados. Lo curioso es que nada de eso importa: hemos sido muy felices.

Lo somos ahora que por fin ascendimos y lo fuimos en el barrizal. Y es curioso: cada año somos más felices. Pase lo que pase. Hay un porqué, claro. A Coruña está en ese grupo de ciudades (todavía reducido) que encabeza un fenómeno que se intuye imparable y que -ya era hora- parece estar llegando por fin a España: la cultura de equipo. Lo que los británicos resumen en un imperativo: ‘support your local team’.

Cada vez más gente -sobre todo joven- entiende que lo distinto, lo pasional, la experiencia imborrable es la de vincularte al equipo de tu ciudad, no al equipo que gana. La felicidad es saber que hay previa antes de entrar al estadio, meter en la mochila la camiseta cuando viajas para ver a tu equipo, descubrir una pegatina de los tuyos en el baño de una estación de servicio y que eso te ponga inexplicablemente contento. Sentirte parte de una tribu. Comparado con esa adrenalina de pertenencia, el show de cierto periodismo deportivo, los clubs-estado o el animar a un equipo que juega a cientos de kilómetros de donde vives solo porque suele ganar, pierde atractivo.

La felicidad es saber que hay previa antes de entrar al estadio, meter en la mochila la camiseta cuando viajas para ver a tu equipo, descubrir una pegatina de los tuyos en el baño de una estación de servicio.

Es un pulso desigual, pero en el norte de Europa lo van ganando y en Inglaterra nunca lo perdieron. En España el desafío es mucho más complicado, el respeto al aficionado es nulo: cambios de horarios, precios de entradas inflados cuando no, directamente, clubs que no dan entradas visitantes, pancartas retiradas porque tapan la publicidad, partidos entre ciudades rivales un lunes... Pero ni así podrán. Es imposible frenar lo atávico.


RIAZOR» Ambiente del partido en A Coruña.

Es más divertida la mofa porque tu rival no llena el estadio o no acompaña a su equipo, que la de si ganas o pierdes. Lo primero depende los hinchas, de uno mismo, te hace parte integral y activa de tu club, que es lo contrario a consumidores del fútbol negocio. Lo segundo es algo que ningún aficionado tiene en su mano. Nada comparado con la sensación de orgullo, que es, probablemente, una sensación inmadura e irracional (es decir, maravillosa) inaplicable a otros órdenes de la vida, pero que gracias al fútbol se puede dejar aflorar. En A Coruña -como en otras ciudades- el fenómeno es imparable. Y, por tanto, somos felices. 

La felicidad se demuestra, por ejemplo, en que el Depor tiene cada temporada más abonados, hasta llegar al tope de 28.000 con casi dos mil más en lista de espera, con una de las edades medias más bajas entre los socios y con una ciudad enferma de blanquiazul. En A Coruña, por la calle, los niños y niñas llevan la camiseta del Depor y los chavales gastan la semana preguntándose si se podrá ganar al Calahorra, al Cornellá o al San Fernando. Porque somos felices y eso es lo único que nos importa.

Ser felices es ver que en muchos de los campos que ha visitado el Depor este año había más aficionados de azul y blanco que locales, ver Riazor más lleno y ruidoso que la mayoría de estadios de Primera División, que miles de deportivistas tomen Sestao, Salamanca, Ponferrada, Logroño o la ciudad deportiva de Osasuna bajo la lluvia, que otros tantos crucen en barcos a Ferrol, que un niño que no levanta un metro del suelo cante ‘ni Barça ni Madrid, Depor y Fabril’, que los canteranos que hace un año estaban en la grada viendo al Depor metan ahora un gol ahí abajo, que un chaval del barrio de Monelos llamado Lucas deje Primera División, ponga dinero de su bolsillo y regrese al Depor para ascenderlo, que mi amigo Roi consiga cerveza con alcohol en el campo del Teruel, que una jaula de lanzamiento de martillo nos tape la visión a los hinchas del Depor en el estadio del San Fernando, que los baños del campo del Tarazona sean portátiles, que en Ponferrada nos hayamos quedado dormidos en el hotel y algunos jugadores del Depor hayan tenido que esperar porque estaban en ese mismo hotel o que caigan piñas de la grada. Eso es la felicidad en el fútbol. O al menos en A Coruña, orgullosa de pertenecer a ese grupo de lugares donde ganar es importante, pero no tanto. Lo importante es ser feliz. Y el deportivismo lo es. •