Javi Gómez.- El fútbol también fue un deporte en el que los jugadores no se lesionaban, los partidos no se retransmitían por televisión y los jugadores no ensayaban poses ante el espejo imaginando recibir el Balón de Oro. A ese otro balompié jugó Luis Suárez. A sus 83 años, con una memoria tan milimétrica como sus pases a Jair y Mazzola, desgrana sin parar anécdotas del Calcio sesentero. Al arquitecto del mejor Inter de la Historia le cuesta entender cierta deriva comercial del fútbol actual. Como la montada en torno al Balón de Oro, ése santo grial que a él le entregaron en 1960. Le preguntamos por las portadas del día siguiente y, sorpresa, por primera vez dice “no me acuerdo”, pero justificado: “No me acuerdo porque no me dedicaron ni una. Era el principio del premio y durante el año no se hablaba del tema. El vicedirector de France Football, revista que lo organizaba, vino al Camp Nou, me lo dio antes de un partido y se acabó. Nada más. Ni antes, ni durante, ni después.
Ni gala, ni premio en metálico…
Nada, nada. Por eso no hubo ni una portada. Una entrevista en France Football. Lo único.
¿Ningún compañero se puso celoso?
Qué va. Nada que ver con lo ocurrido en los últimos años, donde se mezclan muchas cosas: lo comercial, lo publicitario… ya no es sólo un premio futbolístico. Cuando se lo dieron a Figo, el Madrid invitó a todos los ganadores. En el homenaje, Alfredo Di Stéfano, que había ganado dos, me dijo: “Psst, gallego, nosotros parece que nunca ganamos nada”. Se refería a que en nuestra época no se organizaban saraos semejantes.
En el homenaje, Alfredo Di Stéfano, que había ganado dos, me dijo: “Psst, gallego, nosotros parece que nunca ganamos nada”.
El año en que usted gana, Lev Yashin fue el quinto más votado. Luego fue el primer y único portero en conseguirlo. ¿Se reconocía más antes a los guardametas?
No. Se seguía votando más a los jugadores de ataque. Pero lo de Yashin tiene su explicación. Los futbolistas rusos entonces eran mitos. No salían de su país, salvo cuando participaban en partidos de selecciones o europeos. Oías hablar de ellos como si fueran extraterrestres. Él era un gran portero, pero yo creo que premiaron también al personaje, siempre vestido de negro. Se lo dieron más al mito que al jugador. A Yashin le vi mucho jugar. Pero también a Iríbar y el Chopo era mejor portero.
¿Cree que Iker Casillas puede lograrlo?
Casillas es capitán de una selección que está ganándolo todo. Su equipo ha ganado la Liga. Tiene posibilidades, pero le va a costar mucho. Siempre se privilegia a los jugadores de ataque. Lo importante es que hagan el premio como se debe: a mí no me gusta que no sepamos quiénes son todos los que votan y cómo votan.
Una vez dijo que, en su época, para salir en televisión, había que llegar a la final de la Copa de Europa. Hoy hay mil partidos por semana.
Es que en los 60, si no llegabas a la final no te veía nadie. Sólo se televisaba un partido. Nadie conocía a los chavales hasta que llegaban al primer equipo. Ahora se retransmiten hasta los campeonatos de adolescentes. Radiografiamos a los críos.
BARCELONA» El joven centrocampista en un partido con el Barça en los 50. FC Barcelona
¿Eso tiene una parte negativa?
Yo creo que sí. Es positivo que la gente sin recursos pueda disfrutar del fútbol. Pero hay tantos partidos que a veces te aturullas. Y se pierde el misticismo, el misterio de antaño. De no conocer al jugador y que te lo cuenten los periódicos. De oír hablar de él e imaginarlo, como pasaba con los actores norteamericanos.
Los jugadores pasan casi del barrio a la pantalla. Usted es un jugador de barrio obrero, del coruñés de Monte Alto. ¿Son una estirpe diferente?
Sí. Un barrio obrero crea un jugador diferente, sea del país que sea. Te lo da el crecer en una dificultad, no sólo económica. En mi barrio no había un balón. Teníamos que ir a la parroquia de Santo Tomás. Los curas tenían balón y camisetas. Creces con eso y sabes de lo difícil que es llegar a ciertos niveles en la vida. En general eso te ayuda después a hacer sacrificios.
En mi barrio no había un balón. Teníamos que ir a la parroquia de Santo Tomás. Los curas tenían balón y camisetas. Creces con eso y sabes de lo difícil que es llegar a ciertos niveles en la vida. En general eso te ayuda después a hacer sacrificios.
En estos últimos años no dejan de saltar escándalos en el Calcio, principalmente dopaje y amaño de partidos. ¿Está podrido el fútbol italiano o es el único país que investiga?
Lo de las apuestas es más peligroso. En nuestra época empezaron a salir las quinielas. Había que acertar 14 resultados. Ahora, al poder apostar a un solo partido, a si un jugador mete dos goles, si no los mete... eso es más fácil de trucar. El tema del dopaje es difícil en el fútbol. Tienes más de 20 jugadores con estilos y físicos diferentes. No me parece creíble que exista un dopaje organizado.
CASA NATAL» Su casa en A Coruña.
Sobre el dopaje se ha incriminado incluso al Inter de su época. Ferruccio Mazzola, hermano de Sandro, también jugador del Inter en aquella época, reveló que Helenio Herrera les daba pastillas y, al descubrir que muchos no se las tomaban, se las diluía en el café. Muchos lo conocían como “el café de Herrera”.
Ferruccio Mazzola no jugó ni un partido en el primer equipo. Él no venía ni concentrado ni nada. No podía saber qué ocurría. Atravesó un momento de dificultad y tenía que recuperar dinero por errores que había cometido. Yo estuve nueve años con Herrera y jugué hasta los 38. Si hubiera tomado cosas raras, no habría llegado ni a la mitad. Cuando un equipo gana siempre salen envidias.
Hablando de Helenio Herrera, hay una mentira muy extendida en el fútbol, en la que yo mismo caí hasta hace poco: la que lo identifica como inventor del catenaccio. ¿De dónde salió esa etiqueta?
La etiqueta viene de España. De cuando en Italia él jugaba con un líbero por detrás de la línea de defensa. Pero con el Barcelona, por ejemplo, no jugábamos con líbero. Él se adaptaba a los países. En el Inter jugábamos con tres delanteros puros, más Corso y yo en mediocampo, que de defensas no teníamos nada. No era un fútbol de ‘catenaccio’. Nosotros hacíamos un fútbol rápido. Y en contadas ocasiones, sólo cuando nos interesaba, nos dejábamos dominar para tener espacios con un contraataque fugaz. Cuando el equipo empezó a ganar, de 40 partidos, 37 eran contra equipos encerrados en su área. Ésos sí que empleaban el catenaccio. Si hubiésemos hecho lo mismo, habríamos empatado siempre. No sé quién fue el primero en decirlo, pero esa etiqueta no tiene nada que ver con el estilo de aquel Inter. Llegábamos al área con dos o tres pases. Yo lanzaba a Jair, Mazzola o Peiró...
No era un fútbol de ‘catenaccio’. Nosotros hacíamos un fútbol rápido. Y en contadas ocasiones, sólo cuando nos interesaba, nos dejábamos dominar para tener espacios con un contraataque fugaz. Cuando el equipo empezó a ganar, de 40 partidos, 37 eran contra equipos encerrados en su área.
Tal como lo define suena un poco al Real Madrid de José Mourinho.
Sí, bastante parecido. Pero nosotros jugábamos mucho más rápido todavía, con menos pases. Hay una cosa que está clara: cada uno emplea sus armas. Si las tienes para contrarrestar más que para construir, ¿Por qué no hacerlo?, ¿Para qué hacerse el simpático y atacar a un equipo que es superior?
Eso es ir contra el discurso único del fútbol español. ¿Por qué ahora parece prohibido jugar al contraataque, con pases largos o marcar al hombre?
Como el Barcelona y la selección alcanzan resultados con un tipo de juego, ahora parece que todos tienen que hacer eso y, si no, el fútbol no vale para nada. Y no es así. El fútbol es bonito de muchas maneras. Lo que hace el Barcelona,
de tanto toque, es una. Pero también hay otras. Hay cientos de equipos que jugaban de otra manera y hacían un fútbol maravilloso.
¿Quiere decir que el tikitaka es una moda?
Claro. Es una moda y terminará pasando. Se acabará cuando deje de ganar el equipo que juega así. Entonces empezará otra moda: la del que gane. El Barcelona no en todas las épocas tuvo tantos jugadores de calidad, más los que le han venido de fuera, como Messi. Tengo la sensación de que de la cantera culé están llegando jugadores buenos, pero no tanto como los que han construido este gran Barça.
SELECCIONADOR» Cómo entrenador de España en Italia 90. EFE
¿Se siente usted el primero de los bajitos? Esos jugadores que hoy triunfan con España: menudos, técnicos, generosos...
Correcto. A mí siempre me gustó jugar así. Yo con el físico no podía ganar nada. No hace falta tener siempre tantos músculos ni medir 1,90. Si no tienes técnica, por muy grande que seas...
¿Qué jugador le gustaría a Helenio Herrera del fútbol actual? Yo tengo una corazonada: Xabi Alonso. Corríjame si me equivoco.
No. Xabi Alonso hace de todo y en una zona capital del campo. Es completo y siempre rinde. Ataca, alterna juego en corto y en largo, y luego va al choque sin preguntar primero. A Helenio le encantaría. Y el otro sería Iniesta, porque busca enseguida la profundidad.
Y si la estrella de la época, usted o Mazzola, le llegan a decir a Helenio Herrera que estaban tristes, como Cristiano, ¿cuál cree que hubiera sido su respuesta?
Que nos dejáramos de chorradas y nos pusiéramos a cantar [carcajadas]. Si es que en nuestra época no había estas cosas. Un chico de esa edad, que gana dinero, juega de maravilla... ¿Cómo puede estar triste sin desgracias? No tiene razón de ser.
MAZZOLA» Junto a Ribera, estrellas italianas de los 60.
¿Se asemejan Helenio Herrera y José Mourinho?
Salvando las épocas, sí. Tienen cosas parecidas. En su carácter duro, la unión con sus jugadores, su capacidad de adaptarse, sus frases punzantes...
Se dice que Herrera era de derechas. ¿Habló de política con él?
Igual lo era, pero nunca hablamos de política. Vivía tanto para el fútbol, que mientras estaba con nosotros sólo hablaba de fútbol, fútbol y más fútbol.
Usted llegó de la España franquista a una Italia convulsa políticamente y con el mayor partido comunista de Europa occidental. ¿Tenía dedicatorias especiales de los tifosi?
Cuando llegué, muchísimo. Cuando jugaba fuera, en vez de llamarme ‘hijo de tal’, que es lo más común, me llamaban siempre “franquista”. No en un campo o en otro, en todos. Sin saber si yo lo era o no. Pero me lo gritaron mucho tiempo.
Cuando jugaba fuera, en vez de llamarme ‘hijo de tal’, que es lo más común, me llamaban siempre “franquista”. No en un campo o en otro, en todos. Sin saber si yo lo era o no. Pero me lo gritaron mucho tiempo.
Se ha hablado muy poco de su último periodo como jugador: los tres años en la Sampdoria con los que cierra su carrera. ¿Cómo fue aquella época?
Deportivamente fueron buenos. La Samp era un equipo modesto de Primera y había que mantener la categoría. Era un ambiente familiar. Se vivía una vida muy tranquila en Génova, te concentrabas el domingo por la mañana... Los tres años nos mantuvimos en Primera. Pero en Génova la mayor parte del público es del Genoa, que estaba en Tercera y, aun así, ¡Iba más gente a verlos a ellos que a nosotros en serie A!
SAMPDORIA» Su última época de jugador en Italia.
Precisamente por eso se me escapa cómo pudo usted comenzar su carrera de entrenador en el Genoa. Es como retirarse en el Betis y empezar a entrenar en el Sevilla.
Tiene una explicación. Yo vivía en Nervi, un pueblecito a las afueras de Génova. Al lado de mi casa vivía el entonces presidente del Genoa. Tomábamos café, charlábamos de fútbol... y en mi último año como jugador había apalabrado empezar en septiembre a entrenar a los juveniles de la Sampdoria. Ese año hubo cambio de directivos en el club y los nuevos no me dijeron nada de esto. No tenía nada firmado y me quedé un poco tirado. Tomando un café con el presidente del Genoa le conté lo ocurrido, y me dijo: “Pues vente”.
¿Y no lo machacaron los de la Sampdoria?
Ya te dije que eran pocos y menos peleones. Con los del Genoa estaba mejor protegido (risas). Mi salida del Inter hacia Génova se produjo cuando llegó al Inter Heriberto Herrera (el entrenador paraguayo sin relación con Helenio). Al acabar el año, el presidente, Fraizzoli, el sustituto de Angelo Moratti, me llamó al despacho y me dijo: “Heriberto Herrera ha dicho que usted y Corso no pueden jugar juntos. Hay que hacer algo”. Yo le respondí: “Presidente, mejor me voy yo. Tengo 35 años y Corso 29. Pero menos mal que ha venido tarde Heriberto. Porque con los años que hemos jugado juntos ganando todo...”.
Ha pronunciado usted un apellido que casi resume el Inter moderno: Moratti. ¿En qué se parecen Massimo y su padre Angelo Moratti, el presidente que le trajo a usted al Inter?
La manera de ser es bastante parecida. Las diferencias son que, en los 60, en Italia, la nación estaba muy fuerte, y los industriales como Moratti, también. Se tomaban decisiones con más facilidad. Ahora todo se ha encarecido. Hay plantillas larguísimas porque los jugadores se lesionan muchísimo. Es una cosa extrañísima.
ARQUITECTO» El cerebro de la grande Inter.
¿Extrañísima? ¿En su época no era así?
Nosotros éramos unos 20 jugadores por plantilla. Había 13 ó 14 que jugaban casi siempre. Cuatro reservas y cuatro jóvenes. Jugábamos siempre los mismos y no se lesionaba nadie. Nos conocían de memoria. La prueba es que, todavía hoy, por la calle, siguen recitándome la alineación de la Grande Inter: Sarti; Burgnich, Facchetti; Bedin, Guarneri, Picchi; Jair, Mazzola, Domenghini, Suárez y Corso.
Volvamos a Moratti, quintaesencia del presidente padrone. Se le ha acusado de tratar el Inter como un juguete. Gastar mucho dinero y tener un trato muy paternalista con los jugadores.
Es una cuestión suya, personal. Siempre le gustó estar muy cerca de los jugadores. En algunos casos exageró y no fue bien; en otros, le ayudó. Siempre puso mucho dinero encima de la mesa. Ahora está intentando hacer un buen equipo sin gastar mucho y eso no es fácil. Sobre todo a corto plazo. Le ocurre a todo el fútbol italiano. Vienen jugadores buenos, pero no de primer nivel.
Frenemos un segundo en el periodo de Rafa Benítez como entrenador del Inter. Exigió a Moratti tres fichajes como condición para aterrizar: Mascheranno, Kuyt y Evra. Los tres habían dado luz verde a Benítez. Rafa firmó y ellos no llegaron. ¿El Inter traicionó a Rafa Benítez?
Al oír las cosas que él ha dicho, sí. Cuando llegó, pidió jugadores como hacen todos los entrenadores. Y hay que reconocer que fue el único al que no se le fichó ni uno. Además, había una necesidad evidente de renovar el equipo. Cuando se fue, sí compraron cosas aunque no fuera del máximo nivel. Honestamente, no sé qué pasó, pero en eso tenía razón. No se le ayudó.
Los presidentes de clubes italianos siempre han sido las grandes familias industriales, como los Moratti o los Agnelli, y también de los nuevos ricos como Berlusconi. El propietario del Milan le ha hecho mucho daño a la sociedad italiana. ¿Y al fútbol?
Al fútbol, en un cierto sentido, lo ayudó, porque gastó mucho dinero. Al inicio encareció el mercado. Cuando había un jugador importante que costaba 8, él pagaba 12. Pero al fútbol le hizo bien. Trajo muchos jugadores importantes. •