Ocho años entre salvajes

El fútbol británico fue el primero en experimentar el fenómeno del hooliganismo que ha aflorado en Niza. La curiosidad llevó al escritor Bill Buford a pasar ocho años acudiendo a partidos y viajando con los hooligans del Manchester United. La experiencia del autor ayuda a explicar el origen de la violencia en el fútbol y sus complejas soluciones. Una lacra que aún hoy sigue presente.

Pedro Zuazua.-  Todo empezó con un por qué. ¿Por qué esos tipos se comportaban así? ¿Qué se escondía detrás de aquella violencia? Fueron las primeras preguntas que le vinieron a la mente a Bill Buford aquella tarde de invierno de 1982, mientras esperaba el tren en una pequeña estación de Gales. Para Buford, periodista y escritor estadounidense, comenzaba en ese momento un periodo de ocho años de convivencia con los hooligans. La impresión de subirse a aquel vagón le llevó a una labor periodística que desembocó en el libro ‘Entre los vándalos’ (Anagrama). “Supongo que la sensación fue parecida a la que sentiría alguien en Madrid al ver bajar del autobús a los seguidores del Deportivo de La Coruña para enfrentarse a los del Atlético de Madrid", comenta Buford en conversación telefónica desde Estados Unidos (en referencia al caso Jimmy de 2014). "Es una situación de tal intensidad que piensas: aquí está pasando algo importante".

“En Inglaterra la violencia se contaba, pero de alguna manera se ignoraba, la gente hacía como que no existía. Los únicos que lo podían denunciar eran los seguidores normales, pero éstos no lo denunciaban porque podía acabar con el fútbol. Nadie se paraba a pensar ¿por qué se juntan los fines de semana y actúan de forma violenta y antisocial? Fue una especie de pregunta similar a la que se hará mucha gente ahora en España, ¿por qué esta gente se ha pegado, ha usado armas en una mañana de domingo, previa a un partido de fútbol? ¿Por qué? Nadie estaba respondiendo a esa pregunta, y nadie estaba preparado para pasar el tiempo necesario con esa especie de demonios humanos”, explica el autor. “Me interesaba esa gente, pero viví momentos de extrema agresividad. Era imposible no sentir lo que ellos sentían. Nunca cometí un acto de violencia, había límites, pero sentí esa fiebre y fue muy interesante”.

¿Por qué esta gente se ha pegado, ha usado armas en una mañana de domingo, previa a un partido de fútbol? ¿Por qué? Nadie estaba respondiendo a esa pregunta

Cada vez que la violencia asoma la cabeza por los campos de fútbol, surge el debate. ¿Qué hay detrás? ¿Desafección, paro, inconformismo? Buford lo tiene claro: “La violencia no tiene mucho que ver con el fútbol. Es cierto que el fútbol la hace posible, pero en el fondo es algo mucho más enraizado en el ser humano. Se trata de violencia entre grupos de gente joven, que es algo tan antiguo como la Historia. Y no tiene nada que ver con el desempleo. En absoluto. Puede ser un factor pero sin relación con la mayoría de los miembros de los grupos. Es una cuestión de edad y de comportamiento masculino. Vivimos una época en la que a la gente joven le gusta pelear, no van a la guerra pero les gustaría hacerlo. Es una respuesta hormonal, de testosterona, que yo personalmente no entiendo, pero que desde luego no está relacionada con el desempleo y creo que tampoco con el desencanto social”.

¿No hay tan siquiera algo de rebelión social o un seguimiento ciego de los líderes? “No, y eso que las dinámicas de los líderes eran muy sofisticadas. Ellos querían violencia, lo que ellos esperaban era violencia y lo que buscaban era violencia. Eso les entretenía y resultaba muy violento. Podía haber otros objetivos, como ser miembros de un grupo o ir a un partido, pero el fin último era la violencia. Resulta complicado de entender, pero no hablamos de una rebelión social y tampoco se pegan porque estén tristes por haber perdido su trabajo, es sólo un grupo que está muy interesado en ser violento”.

Ellos querían violencia, lo que ellos esperaban era violencia y lo que buscaban era violencia. Eso les entretenía y resultaba muy violento. Podía haber otros objetivos, como ser miembros de un grupo o ir a un partido, pero el fin último era la violencia.

ELEMENTOS POLÍTICOS
Sigamos desmontando mitos. Descartar las raíces sociales del problema conduce al campo de la política. El National Front inglés acudía a los campos ingleses en busca de adeptos, en los que encontraron espacios perfectos para el reclutamiento. Buford, que acudió a reuniones de los ultraderechistas y que se vio envuelto en situaciones muy incómodas con algunos de sus miembros, acepta que había “algún elemento político en la violencia en torno al fútbol en Inglaterra”, pero incide en que era “mucho menor” que en otros países como España, Italia o Rusia. “Tal vez la política sea un enfoque, o le dé cierta intención, pero la verdad es que al final se trata de grupos y de choques entre esos conjuntos a los que la gente quiere permanecer, y a los que está orgullosa de pertenecer; es como una versión reducida de nacionalismo local. En Inglaterra el National Front tenía mucho peso. Quizá no se daba la heterogeneidad que existe en otros países, pero insisto: se trata de un grupo de ultras peleándose con otro grupo de ultras. No se pelean en el medio de la ciudad, no quieren tumbar el sistema político…”.

PORTADA» El libro de Buford, de la editorial Anagrama.

La clave del éxito del hooliganismo en Inglaterra en los años 80 estuvo, como el de tantas otras cosas, en su carácter aspiracional. La gente, los chicos jóvenes, querían ser hooligans. “Se convirtió en una especie de moda, algo muy atractivo para los hombres de 18, 19 o 20 años. Era heroico, excitante… y claro, los menores querían ser como los mayores. Eso hizo que se extendiera muy rápido y que fuera difícil de controlar. Es un poco como el radicalismo islámico, que para algunos resulta excitante por el peligro que conlleva”. Queda por resolver otra duda, si a los violentos les gusta el fútbol: “Sí, los hooligans eran verdaderos fans, pero al mismo tiempo hay algo extremamente atractivo, fabricador de adrenalina, que son las situaciones que generaban, que eran muy estimulantes. Era como una droga”.

“Sí, los hooligans eran verdaderos fans, pero al mismo tiempo hay algo extremamente atractivo, fabricador de adrenalina, que son las situaciones que generaban, que eran muy estimulantes. Era como una droga”.

Buford consigue recrear el ambiente, la tensión e incluso los olores que acompañaban a cada choque entre aficiones, a cada viaje por Europa. Desde los enfrentamientos con los seguidores del West Ham, con humillación incluida, a la demostración de violencia gratuita e incontrolable en Turín, pasando por la muerte de Terry Burns en Londres, un chico que tuvo la desgracia de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado durante una noche de cacería de los hooligans por Londres. "Se va a liar, se va a liar", repetían continuamente los violentos, como si se tratara de un mantra. Los perfiles que aparecen en ‘Entre los vándalos’ son muy variados. Desde profesionales del crimen a padres de familia, pasando por trabajadores autónomos y líderes que viajaban de Niza a Turín en taxi. Es complicado imaginar por qué una persona con un buen trabajo se transforma en un ser violento e irracional. “En la vida no te vas a interesar por nada a no ser que de verdad te enganche.

La gente que se mete en esto sabe lo que hace. Y esto es algo que atrae a personas que les gusta salir con los amigos, pertenecer a un grupo y que excitarse con la perspectiva de la violencia. No se trata de muchos siguiendo a un líder de forma abnegada, es algo más conceptual. Puede que haya alguien que dirige, pero es más una comunicación no verbal entre todos que, en un momento determinado, se dan cuenta de que tienen el mismo propósito, y sienten la fuerza de la suma. Te sientes muy seguro si vas con mucha gente a robar a una tienda, o si te enfrentas a otro grupo menos numeroso y la gente que te acompaña está convencida de lo que hace, sin dudas, con bravura, mientras se van acercando. Es un contrato tácito entre todos los miembros del grupo”. ¿Y a todos nos gusta la violencia? “No creo. Otra cosa es ser parte de la masa. Si vas al fútbol, eres parte de la masa, si vas a un concierto, eres parte de la masa, si vives en Nueva York, eres normalmente parte de una masa. La gente que se mete en un grupo violento de fútbol lo hace por placer, pero no es un placer que todo el mundo encuentre. Es como el terrorismo. Puede ser muy excitante y a mucha gente le atrae; pero, afortunadamente, a la mayoría no”.

Heysel y Hillsborough son dos nombres que ponen la piel de gallina a los aficionados. En esos dos estadios murieron, respectivamente, 39 y 96 personas. La primera tragedia, la de Heysel, sucedió en 1985. El drama de Hillsborough, en 1989. Los muertos, en su mayoría, no eran hooligans sino aficionados normales atemorizados. “Fueron accidentes terribles, no tuvieron que ver con casos de violencia extrema. Eran espectadores que tenían miedo y que huían de la violencia. Si muere alguien en una pelea en la que la gente va armada es triste, desde luego, pero es menos sorprendente. Si van a una pelea, van a una batalla, y lo hacen conscientemente”.

TRAGEDIA» Foto de la tragedia de Heysel en 1985 (Cordon Press)

LAS ‘TERRACES’
Si uno tiene el valor de visionar los vídeos de aquellas tragedias, probablemente sentirá el agobio, la falta de oxígeno, la sensación de impotencia. Pero las famosas ‘terraces’ inglesas (graderíos de aficionados de pie) eran así, asfixiantes, tumultuosas, peligrosas. Buford describe en su libro escenas de sufrimiento. Centenares de personas empujando en uno u otro sentido, arreones… y entonces, en determinado momento, la quietud obligada por la incapacidad de mover ninguna parte del cuerpo: “Era una experiencia estar en las ‘terraces’, una manera de estar expectante, sentías el juego de una forma mucho más intensa que como lo harías en un asiento. Pero era muy peligroso, mucha gente murió. Para un americano como yo, vivir los partidos en un lugar tan salvaje, tan radical... era muy excitante estar allí”.

La década de los 80 en Inglaterra resultó complicada. Las calles ardían en las previas de los partidos, los hinchas viajaban y portaban en sus mochilas el miedo. No pagaban los billetes de tren, asaltaban las tiendas, se colaban en los aviones… El terror llegó a tal nivel que en una ocasión el gobierno italiano se vio obligado a movilizar un tanque para tratar de intimidar a los hooligans del Manchester United durante una visita a Turín. A pie de avión de aquel viaje, por cierto, les recibió el cónsul británico. “Al principio las autoridades hicieron la vista gorda con el problema y después fueron muy eficaces y muy activas para atajarlo. Los ingleses son muy buenos con los problemas de masas, y fueron muy buenos para el problema de los hooligans. Les conocían y les entendieron”.

La solución estaba en la naturaleza: “Por alguna razón, concluyeron que la mejor manera de lidiar con las masas era con animales. Lo más peligroso de una masa de gente es el momento en el que se siente poderosa, imparable, cuando piensan que juntos son más grandes que cualquier cosa que intente detenerles, ahí es cuando son más peligrosos.

Lo más peligroso de una masa de gente es el momento en el que se siente poderosa, imparable, cuando piensan que juntos son más grandes que cualquier cosa que intente detenerles, ahí es cuando son más peligrosos.

Lo que parecía que frenaba a esa masa eran los perros y los caballos que son más salvajes que cualquier miembro de cualquier masa, y todos les tenían miedo. Tú puedes poner a la policía o al ejército con armas de fuego, pero la gente sabe que, salvo que la cosa se ponga muy mal, nadie va a disparar. Pero si pones un caballo en el medio del gentío, se dispersará. Con un perro, huirán”, razona Buford. ¿No había miedo a la pelea, a perder la vida en un mal golpe? “No creo que actuaran con miedo. La masa actúa excitada y hay miedo, pero es inherente al peligro, un elemento muy estimulante e incitador a la violencia. Estás en peligro, puede pasar cualquier cosa, y eso te coloca en una situación de alerta muy motivante. Tienes miedo por tu seguridad, pero igual que, por ejemplo, un boxeador. Sabes que tu integridad está en peligro si no lo haces mejor que tu rival. Pero es menos miedo que sensación de poder”. Las cosas han cambiado mucho en el fútbol inglés. Desde la desaparición de las ‘terraces’ y la separación obligatoria de las hinchadas, los incidentes graves han pasado a la historia.

KOPTHE KOP» Derribo de la grada de pie de Anfield en los 90.

También ha cambiado la composición humana de los estadios que, en países como Inglaterra, Holanda o Alemania, había estado poblada tradicionalmente por la clase obrera. “Ahora el fútbol se ha convertido en un deporte global, que gusta a todo el mundo y para acceder a un partido hay que pagar un precio bastante alto, pero tradicionalmente la violencia venía de los grupos de la clase trabajadora. La naturaleza del juego ha cambiado mucho: cuando yo iba había gradas de pie, no había límite de aforo, se trataba mal a la gente, la muchedumbre se portaba mal, no se te ocurría llevar a tu familia contigo porque era peligroso... ahora se ha convertido en un entretenimiento, una especie de expresión de la alta cultura”, añade Buford.

«La naturaleza del juego ha cambiado mucho: cuando yo iba había gradas de pie, no había límite de aforo, se trataba mal a la gente, la muchedumbre se portaba mal, no se te ocurría llevar a tu familia contigo porque era peligroso...» 

Volviendo a lo sucedido en Niza o en 2014 en el Calderón, y con las escenas del libro en la retina, es casi milagroso que las muertes ligadas al fútbol sean hechos relativamente aislados. “Había algún código. Era raro ver pegar a alguien hasta que se muriera, hay cierto sentido dentro del sinsentido que es la violencia... Sí que hay locos, por supuesto, que irían más allá, pero por norma general la gente sabe lo que está haciendo”, explica. Con algunos de esos “locos” le tocó lidiar en aquellos años. Uno de ellos era Harry (nombre ficticio) que en una pelea se subió a horcajadas sobre un policía, puso su boca sobre el ojo del agente, comenzó a succionar y, cuando el globo ocular estaba fuera de su cuenca, lo mordió hasta destrozarlo.

HILLSBPOOROUGH» Ilustración que homenajea a las víctimas de Liverpool. 

Después de publicar el libro, ha mantenido relación con algunos de sus compañeros de grada. A unos les gustó el libro, a otros no (“No creo que Harry tenga muchas ganas de volver a verme”). Ha recibido amenazas de seguidores del Chelsea y del National Front. Pero todo aquello pertenece a otro tiempo. “Ahora, en Inglaterra, han convertido el juego en algo tan interesante que hace que vayas únicamente a ver el partido. Y los estadios están construidos de una manera que previenen la violencia. La solución es complicada. Los británicos resolvieron el problema cambiando la sociedad y dirigiendo la violencia hacia otro lugar”.

Para hacernos una idea de lo que pudo pasar en la pelea del río Manzanares, resulta bastante clarificador escuchar a Buford recordar lo vivido en aquellos años: “Cuando bajó la gente de ese bus que venía desde A Coruña, ellos sabían a lo que iban, y es un estado de ánimo muy excitante.Extremadamente excitante, diría yo. Sabían que había riesgo… Por eso la gente quiere ir a la guerra y pelear, por eso hay héroes de guerra... O matas o te matan. Es como perder la consciencia, como vivir solamente el presente, como el éxtasis religioso o sexual… Es la sublimación del momento, la sensación de vivir única y exclusivamente el presente. Cuando estás en peligro tu cuerpo se organiza para defenderse y sobrevivir, es una especie de momento máximo de concentración. •

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