Pedro Zuazua.- Sucede que a veces nos damos cuenta de una pérdida importante por un detalle nimio. Yo, por ejemplo, me cercioré realmente de la muerte de mi padre casi un año después de que falleciera. Al finalizar un partido del Oviedo en el Tartiere, mientras subía la conocida como “cuesta de los elefantes” -porque por lo general hacemos ese recorrido negando con la cabeza- saqué el móvil para enviarle un mensaje con el resultado. Pero no podía hacerlo. Aún guardaba su número en la agenda -aún lo hago-. En esos breves segundos en que mi mente se reubicó, fui consciente de que mi padre ya no estaba. Ni estaría más.
Me vino a la mente este recuerdo horas antes del último derbi asturiano de la temporada pasada, en el que por cierto ganamos con un gol bastante épico para lo que estamos acostumbrados los carbayones. Me refiero tanto a ganar como a los goles épicos.
Estaba en el sofá, en pleno confinamiento, perdiendo el tiempo con el móvil, cuando entró un mensaje que decía: “Tienes que verlo”. Lo acompañaba un enlace a un videoclip de Los Guajes, una banda de Gijón. Una canción desde el bando enemigo. Una manera fantástica de preparar una tarde de derbi, pensé. Pero como quien lo enviaba sabe bastante de música y de la vida, decidí abrirla.
Por hacer un resumen: es un temazo. La canción, que se llama ‘De Cimavilla a Viesques’, narra una vuelta casa después de una noche de fiesta. El estribillo repite “qué bajón, qué bajón, vuelvo a casa solo por las calles de Gijón, qué bajón, qué bajón, regresa la conciencia, a la vez que sale el sol”. El hombre sale de Cimadevilla, el barrio que guarda las esencias de la ciudad, y camina hasta Viesques. Lo hace dando un buen rodeo. Podría parecer que es porque lleva una moña de caer, pero no. Es una forma de recorrer la ciudad y, con ella, la vida. Porque al hombre le encienden las luces del último bar y en el recorrido va encontrándose con numerosos iconos y personajes históricos, tanto de la ciudad como de su época. (El vídeo es una maravilla, de verdad que merece la pena verlo. Si lo ponen y no les gusta, Líbero les devuelve el dinero de la revista, y les subvencionará también un curso sobre gusto audiovisual).
Es un tiempo que ya no existe, salvo en la memoria del protagonista. Pero el caso es que el rodeo merece la pena. A mitad de canción, el ritmo aumenta, los decibelios suben, la voz se va rasgando y la entrada del viento metal le da un aire de vendaval melancólico, en el que uno ya no sabe si se lo está pasando bien o tiene ganas de llorar. Y es entonces cuando aparece El Molinón y suenan los siguientes versos: “Y antes de llegar a Viesques, oigo al Molinón silbar, pierde otra vez el Sporting, ¡porque Quini ya no está!”. Y no lo canta, lo grita. Lo hace de una forma tan desgarradora que llega incluso al corazón de un oviedista. Porque es en ese momento cuando realmente empieza a asimilar todo lo que ha sucedido durante el paseo. Es en ese instante cuando se da cuenta de que todo lo vivido se reduce a lo que está pasando. Es un segundo. Es un grito.
Y es entonces cuando aparece El Molinón y suenan los siguientes versos: “Y antes de llegar a Viesques, oigo al Molinón silbar, pierde otra vez el Sporting, ¡porque Quini ya no está!”
El fútbol es, muchas veces, un catalizador de la sensación del paso del tiempo. Hasta bien entrada la madurez es difícil comprender que los futbolistas ya no son señores mayores, sino que más bien tienen 20 o 30 años menos que uno. Impacta recordar las gradas que vivimos en su día y lo que son ahora; o sentir, por unos instantes, el temblor del cemento, el olor de los botes de humo o la hora y media de espera antes de un partido grande. Aquella sensación de estar vivo y de creer que nunca pasará.
La conciencia de la ausencia se lleva de un plumazo todo. Es un cambio de escenario brutal que se ha ido produciendo con el paso del tiempo. Lo han ido retocando poco a poco, pero no te has dado cuenta -o no has querido hacerlo- hasta que, un día, un detalle sin importancia te muestra la imagen completa al tiempo que el suelo parece abrirse bajo tus pies. Y entonces también a ti te entran ganas de gritar. Aunque no seas del Sporting.
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