Me topé con un portátil que, no nos engañemos, no tiré porque pensé que podría servir para volver a jugar a la edición de 2001 -los portátiles de ahora no tienen espacio para cd-. Lo encendí y empecé una partida.
El fútbol sustituyó a esas madres por marcadores gigantes y a los padres por señores de negro con silbato. Desde entonces, la coherencia entre ambos es crucial si se quieren evitar protestas. Y cuando papá y mamá no se ponen de acuerdo, el lío está asegurado.
Aquella extraña generación dejó más allá de Gil incrustaciones doradas en el diccionario. Cuando Caneda proclamaba que el Compostela renacería de sus cenizas “como el gato Félix”, Ruiz de Lopera, en una suerte de greguería cósmica, decía ser diabético: dos veces bético. ¡Asúcar!
'Subcampeón' (libro del año, por favor; clásico instantáneo de la literatura deportiva, de verdad) toca muchos temas, incluido el de las puntuaciones. Qué derecho tengo para suspender a nadie. Quién soy yo para decidir que se pongan tristes sus padres.
Se enfadó porque el City no le felicitó en redes sociales por su 31 cumpleaños. Es uno de los más de 20 motivos por los que el escritor Javier Aznar ama al centrocampista marfileño.
Si me pongo sentimental, pienso que todos ellos siguen con su barcelonismo más allá de la muerte y, en días de partido, cuando se canta un gol en el estadio, el eco les llega nítido, una reverberación que no pueden escuchar, pero les hacía felices.
Después de la primera edición de 2019, el fútbol español ha asumido que los mejores equipos del año pasado jueguen este torneo a 7.000 kilómetros de sus aficionados. Y encima en un país denunciado por incumplir principios básicos de derechos humanos.
Hoy, solo guardo la camiseta Joma del año que fui consejero, una zamarra del Espanyol que me regaló Carlos Marañón, la roja del United con el nombre de Cantona y la falsa de Gattuso -supongo que para recordarme quién soy realmente-.